En la exhumación que llevamos a cabo en el cementerio municipal de Castuera (Badajoz) pudimos registrar diminutos objetos personales asociados a los restos óseos de presos republicanos procedentes del campo de concentración vecino. Vinculado al individuo nº 6, del que nunca sabremos su nombre, encontramos una pequeña pieza metálica de apenas 1 cm de longitud. Se trataba de una plumilla de dibujo, hemispherical pointed pen, de la marca inglesa D. LEONAROT AND Co, importada desde Birmingham. Entre los restos de otros esqueletos pudimos recuperar varillas de grafito que quedaron al aire al pudrirse la madera de los lápices. Estas evidencias alentaron a la maestra jubilada que cada día nos venía a visitar a la excavación. Ella seguía buscando a su madre, asesinada y enterrada en el cementerio de Castuera. Testigos presenciales recordaban como el compañero de cuerda de su madre era un artesano, que siempre llevaba consigo cuaderno y plumilla para dibujar en sus ratos libres…
Muchos confinados, a la puerta de la muerte, se convirtieron en improvisados dibujantes. Ahí están los conmovedores dibujos de los niños del guetto checo de Terezin. Ahí están los graffitis de la prisión de San Cristóbal en Iruña, que podemos ver en la magnífica exposición El cementerio de las botellas diseñada por la Sociedad de Ciencias Aranzadi. En la deshumanización promovida por el totalitarismo, el dibujo servía para mantener la dignidad de las personas, e incluso más. En Mauthausen un prisionero catalán sobrevivió al exterminio por su habilidad con el dibujo: un oficial de las SS lo apartó de una muerte segura al encargarle dibujos pornográficos.
El dibujo ha sido un arma de supervivencia, pero también de resistencia. A este respecto, el caso gallego es un excelente ejemplo. En la década de 1930 y antes del golpe de Estado, el Partido Galeguista contaba con numerosos artistas y dibujantes entre sus filas, ya fuesen militantes o simpatizantes. Todos ellos colaboraron en la campaña pro-Estatuto, con la elaboración de tiras cómicas en los periódicos, con el diseño de carteles propagandísticos, con la edición de libros para la editorial dirigida por el alcalde de Santiago, Ánxel Casal. Allí estaban por la causa Castelao, Díaz Baliño, Seoane, Maside, Colmeiro, Laxeiro, Souto, “Compostela”…
El golpe de estado anuló el sueño autonomista de raíz. Los matones falangistas comenzaron a cobrarse sus primeras víctimas en el infausto verano del 36. En muchos casos se ayudaron de las fotografías de la celebración del 1º de Mayo en los pueblos, para identificar a los rojos separatistas. En otros casos bastaba con la fama ganada a pulso por intelectuales y artistas. Uno de los primeros en caer en Compostela fue Camilo Díaz Baliño quien todavía tuvo tiempo de retratar a sus compañeros de cautiverio en la cárcel de San Xerome, antes de ser fusilado en el cementerio de Boisaca. Castelao y otros tuvieron más suerte y la sublevación los cogió en territorio leal. Castelao, con problemas graves de visión, dejó para la posteridad cuadernos míticos como Atila en Galicia o Milicianos. El exilio fue el destino de estos dibujantes leales, que cruzaron la frontera armados con sus lápices, recordando aquella imagen del poeta-matemático Otero Espasandín, quien pasó a Francia detrás de Antonio Machado portando como único petate su regla de cálculo. Entre los dibujantes iba Uxío Souto, quien dio testimonio gráfico de la miseria de los campos de concentración en las playas del Sur de Francia. De allí a Méjico, Puerto Rico, Argentina… El mismo destino (la muerte, el exilio o la depuración laboral) les aguardó a los artífices de la cartelería propagandística republicana, entre ellos muchos catalanes que en el mejor de los casos se reconvirtieron al diseño industrial en la inmediata postguerra.
Durante el último año de la guerra civil Castelao viajó por la URSS, Estados Unidos y Cuba para conseguir apoyo económico a la causa republicana. Durante jornadas interminables en La Habana, se pasaba horas y horas dibujando pequeñas cuartillas que eran compradas por paisanos gallegos. En una de ellas, Castelao dibujó a la futura Guardia Nacional gallega, posando solemnemente en la Praza do Obradoiro. En vez de fusiles, los guardias portaban… paraguas.
Tras varios años conociendo la realidad de la frontera etío-sudanesa uno se da cuenta que el mejor regalo que se puede hacer a los niños y niñas de cualquier grupo étnico son lápices, esa es la mejor herramienta contra la ignominia, la estupidez y el fanatismo. Por eso los fascistas, los talibanes y los tiburones que gobiernan en Occidente el negocio de las armas y los Parlamentos, odian la libertad de expresión, la escuela y el dibujo.