Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa.
Mariano de Pontevedra ya no es sólo el Caballero de la Triste Figura. Desde hace unos días disfruta de su nombramiento como Caballero de la Real Orden Serenísima de la Alquitara (sic). Como comentó mi tío Suso O’Corenta cuando se enteró de la noticia:
-“Vaia carallo, os mesmos que nos proíben facer augardente son os que alambican o presidente”.
La Administración que condena a la paralegalidad a los campesinos amantes del aguardiente tradicional es la misma que condecora con alquitaras a la gente de orden. Paradojas del poder galaico a las que estamos acostumbrados en el Fin del Mundo. A su vez, esto de las órdenes etnogastronómicas nos remite a una casposa moda de la derecha gallega que hunde sus raíces en el tardofranquismo. Manuel Fraga Iribarne, desde el Ministerio de Información y Turismo, recreó una Galicia de Guía Everest repleta de castillos convertidos en pastiches, de paradores nacionales con servicio doméstico folklórico, de miradores sobre paisajes idílicos (embalses construidos por el electrofascismo, sobre todo), de fiestas de Interés Turístico Nacional nuevo cuño en las que se emplearon a fondo intelectuales como el exfalangista Álvaro Cunqueiro o el exrequeté José María Castroviejo, galleguistas ambos, claro. El retorno de don Manuel, ya en democracia, dio pábulo a este atlas del horror noventero con órdenes y cofradías de caballeros que adoran vieiras, pimientos y demás familia.
Esta genealogía que hemos esbozado de este tipo de órdenes manducantes nos descubre una faceta nueva de Mariano. En contra de lo que piensan muchos analistas sesusos, el Serenísimo no comulga siempre con los peperos galaicos del birrete. Para estos casos, Mariano se mueve mucho mejor con los de la boina, sobre todo en vacaciones, que es la fase natural en la que se suelta, como una trucha de temporada. Y ahí lo tenemos, como un titán del río Umia, como un Iván Raña de las rutas de senderismo o como un devorador de anguilas, empanadas y lo que se tercie.
Lo jodido de la noticia de este nombramiento es el lugar, Portomarín, y el anfitrión, el alcalde, de nombre, Juan Serrano. Portomarín es el símbolo de la explotación totalitaria franquista en Galicia. El embalse de Belesar (al que Franco denominó el Orgullo de España) fue una concesión más del Caudillo a su fiel banquero y colega coruñés Barrié de la Maza. Los efectos colaterales de la presa, ya se sabe, no contaban para los ingenieros franquistas. El pueblo de Portomarín acabó bajo las aguas y se construyó uno nuevo, siguiendo el modelo de poblado de colonización del INC. Como si estuviésemos en el Pueblo Español de Barcelona, ahí está una Plaza Mayor castellana vertebrando el espacio doméstico del nuevo Portomarín. Delirante, demencial, surrealista, como las placas a Franco o a los próceres de FENOSA, considerados como benefactores de la población. Con dos cojones. El alcalde del PP muestra sin complejos este síndrome de Estocolmo. Cuando nombra Caballero a Mariano,Juan Serrano recuerda que el pueblo de Portomarín salió adelante gracias al empuje de los vecinos: Es un poco lo que tú estás tratando de hacer con este país, trabajar duro, y Portomarín te lo tiene en cuenta.
Mariano atendió a los medios de comunicación en el Palco de los Domingos Folklóricos (sic), como no podía ser de otra manera. Después se fotografió con peregrinos, una familia de Primera Comunión, turistas… Ahí recordó que España vive el mejor año turístico de los últimos tiempos. Al ser preguntado por un periodista sobre los últimos acontecimientos en Grecia, el flamante Caballero de la Alquitara, dejó para la posteridad la siguiente frase: La demagogia sobra siempre en cualquier faceta de la vida.
Acto seguido se fue a comer y a jugar una partida de tute en la bodega del alcalde. Ganó, por supuesto. Para algo es el Orgullo de España.