La maquinaria mediática del Reino de España lo está dando todo desde el momento mismo de la comunicación de la abdicación del Jefe del Estado. La Televisión Española nos brinda un espectáculo soberbio de reactualización de la estrategia sancionada por la Transición y que se basa en el Olvido. El telespectador jamás verá a Juan Carlos de la mano del dictador Francisco Franco, por ejemplo. Nada nuevo dentro de la versión oficial que durante años nos llevan inoculando con series infames como Memoria de España, crónicas periodísticas a lo Pilar Urbano y Fernando Ónega, y tesis historiográficas a lo Fernando García de Cortázar. En este contexto de continuo y eterno Cuéntame, se refuerza ahora el panegírico sobre la figura del sucesor, el futuro Felipe VI (la Diada promete). Aquí las cotas de patetismo son insuperables, sobre todo a la hora de abordar la juventud de este individuo. Resulta que durante años se volcó en la cooperación, el voluntariado y el ecologismo. Los editores de TVE estuvieron raudos y sacaron a la luz aquella serie medioambientalista en la que el príncipe de Asturias se volcó de lleno: La España Salvaje. El pequeño Borbón con su cámara al hombro o sentado en un banco de madera hablando con un buen salvaje octogenario y robotizado que soltaba acojonado y de corrido el discurso que le habían preparado de antemano los modeladores de la realidad.
En Euskadi es proverbial el cariño, el amor y el cuidado que la ciudadanía brinda al medioambiente. Viniendo de Galicia como vengo yo, en donde cada año calcinamos nuestro futuro a conciencia, el contraste con esta realidad es brutal. Las montañas de este viejo país son auténticos referentes míticos para la gente. La diosa Mari habitaba en las cuevas y en las cumbres. Este respeto reverencial se ha mantenido a lo largo de la historia. Los bosques son auténticos monumentos. Sirva de ejemplo el abetal de Itzaieta, en la localidad navarra de Leitza, en donde la legislación municipal de época moderna dejaba bien claro que al cortar un árbol había que plantar otros diez. Esto es lo que ahora se llama desarrollo sostenible.
Durante la guerra civil, bosques y montañas que hoy conforman parques naturales, fueron escenarios del conflicto. El aroma a astilla de pino es una constante en las memorias de los combatientes. Diferentes montes han sido utilizados como soporte material para construir la memoria. Y esto lo han hecho tanto los vencedores como los vencidos. Ahí está el Via Crucis al Monte Isuskitza, coronado por un monumento en el que se recuerda a los requetés fallecidos en su conquista en octubre de 1936. Ahí están los montes en los que los descendientes de los vencidos homenajean cada año a los luchadores por la democracia. Uno de ellos es el Monte Bizkargi en donde el PNV homeajeó a los gudaris este mayo pasado. En 2013 el juez Eloy Velasco de la Audiencia Nacional prohibió los actos por considerar que sería una ocasión para enaltecer a los etarras muertos.
En pintadas por Euskadi adelante sí se puede ver de manera gráfica una identificación plena entre los gudaris de la guerra civil y los militantes de ETA en el imaginario de un sector de la sociedad. En Madrid también hay sectores que consideran que todo es ETA, empezando por los que controlan la línea editorial del periódico El Mundo.
Tras el enésimo reportaje sobre el príncipe de Asturias, repasando su trayectoria en La España Salvaje, la TVE daba de refilón una noticia que se estaba produciendo en Oiartzun (Gipuzkoa). La Guardia Civil detiene a cuatro personas por enaltecimiento del terrorismo. La misión de la Benemérita se centra en el desmantelamiento de un proyecto de bosque, en una parcela en la que desde hace dieciocho años se plantan esquejes de robles. Cada uno de estos esquejes lleva una placa con un número. Supuestamente se corresponde con un militante de ETA muerto. Las imágenes muestran a los guardias civiles, afanados, con la cara cubierta, arrancando cada uno de los postes. Las placas son extraídas a conciencia. Por supuesto no se discrimina; los esquejes en homenaje a los resistentes contra una dictadura (1968-1978) son retirados de la misma manera. Todo es ETA. Todo es terrorismo. Hasta la raíz.
Tenemos aquí dos procesos de construcción de la memoria sobre el pasado reciente. Un tema peliagudo y traumático.
Hace diez años puede ver en el cine una película de M. Night Shyamalan que se tituló aquí como El bosque. Una comunidad autárquica vive en un asentamiento en un valle de Filadelfia, rodeado de bosques en los que habitan seres extraños y violentos. El miedo al Otro justifica ese modo de vida fosilizado en el pasado, retroalimenta el sistema y convierte el pavor en un arma de control político.
En Vitoria-Gasteiz se pretende convertir el edificio del Banco de España en un lugar de memoria sobre la violencia política en Euskadi en el siglo XX. En los bosques y los montes también confluyen diferentes modelos de apropiación política del paisaje. En los cementerios también. Ahí está la tumba de Fernando Buesa en el camposanto gasteiztarra de Santa Isabel, entre un bosque de lápidas y mausoleos. La consecuencia de una salvajada.
No dejo de darle vueltas a las imágenes de los maderos con la madera. Los guardias civiles cortando esquejes a mansalva, eliminando futuros árboles de la faz de la tierra, en una operación antiterrorista. Un perfecto guión que hubiera valido para grabar un último episodio de La España salvaje. La de ETA y la de Felipe VI.
Evasión ou Vitoria
La España Salvaje
Etnoarqueología de Alianza Popular
La palabra clave para comprender el enfoque que preside el libro Herdeiros pola Forza se encuentra en el subtítulo. Nos referimos al término Poder. El patrimonio, como la identidad, se construye, a través de una practica política, normalmente ejecutada únicamente por una élite intelectual al servicio de los grupos que controlan la sociedad. En este sentido, no ha habido mejor marco para la presentación de nuestro libro en Gasteiz que la celebración de las Jornadas de Jóvenes Investigadores en Arqueología. Aquí hemos podido disfrutar de sesiones en las que se hablaba sin ambajes de la materialidad generada por la esclavitud en el Imperio portugés, de las maniobras neoliberales que modelan el suboconsciente colectivo a través de la cultura material (esas latas de Coca-Cola con nombres propios, tan enrolladas), de la arqueología del colonialismo, de la apropiación simbólica de la cultura material. Entre las comunicaciones presentadas, traemos aquí el trabajo del joven historiador gallego Bruno Esperante quien hizo hincapié en la recreación folklorizante de la vieja tecnología agraria por parte de los ex-campesinos gallegos del siglo XXI (esos arados de vertedera repintados en escenarios entre kitsch y gore en los jardines de segundas residencias, casas rurales y labriegas). De su presentación, tomados prestada la fotografía que encabeza este post. El cartel promocional de Alianza Popular en las primeras elecciones autonómicas gallegas de 1981. Este cartel define a la perfección la economía política galaica generada por el estado totalitario franquista en nuestro pequeño país atlántico.
Alianza Popular era en 1981 una cementerio de aquellos elefantes que habían quedados relegados del proceso de la transición democrática. El odio de Manuel Fraga hacia Suárez era proverbial. Aunque alejados de Fuerza Nueva, Alianza Popular seguía manteniendo un ideario opuesto a todo avance democrático real en España. El encaje de bolillos de la Constitución de 1978 parió un Estado de las autonomías al que había que adaptarse en tiempo récord. ¿Cómo iba a repensar la nueva realidad emergente un partido nacionalista español, heredero directo del franquismo, como Alianza Popular? En el caso gallego, la cosa fue relativamente fácil. La represión desde 1936, el sistema caciquil imperante en el rural y el poco tiempo concedido para organizarse a aquéllos que hasta pocos meses antes se movían en la clandestinidad son factores que ayudan a comprender el éxito de AP en 1981. La maniobra ideológica para legitimar un discurso auonomista de nuevo cuño se basó en recuperar el ideario galleguista del tradicionalismo católico. Ahí estaba Albor como presidente de Galicia, Filgueira Valverde como Conselleiro de Cultura; ahí sigue la sombra del regionalista decimonónico ultra católico Alfredo Brañas, sin ir mas lejos). Alianza Popular, por un lado, servía de herramienta para consolidar los intereses de los grupos de poder tradicionales, que manejaban el discurso del Progreso y la Modernidad. Sacar a Galicia del atraso suponía también generar beneficios. Ahí están los narcos de las Rías Baixas, militantes y paganini de AP, rescatados del exilio portugués por el propio Albor en la década de los 80. Por otro lado, AP esgrimía el discurso étnico propio de los Centros Gallegos franquistas en América, de esos ananos de los que hablaba Celso Emilio Ferreiro. El regionalismo folklorizante, esencialista, tradicionalista y romántico de la derecha gallega fue ascendido a dogma de fe por un Manuel Fraga al que la sociedad española no quería.
De vuelta a Galicia, el león de Vilalba, obsesionado con la idea fascista del mando, montó su particular Liliput. Todo pasaba por el líder. Un caudillo finisecular que, en el ámbito urbano, apelaba al sentido común de la gente normal (que él identificaba con sus votantes), mientras que en el ámbito rural se identificaba de lleno con el alma, la cultura espiritual, el Volkgeist galaico. La exposición Galicia no Tempo de 1990 es un magnífico ejemplo de esta estrategia, del uso político de las Ciencias Sociales al servicio de este ideario.
Es por todo ello que este cartel resume de manera genial el nacionalgalaicismo fraguista. Esa mezcolanza magistral entre Miña terra, meu lar, la palloza, el hórreo,la morriña y la depredación del litoral, la destrucción del paisaje y el desarrollismo. Aquí encontramos el germen del nacionalcatolicismo galaico autonómico, el origen de los xacobeos turísticos, del Cebreiro definido como aldea prerromana, del cura Valiña Sampedro señalando el camino de Santiago.
Alianza Popular ganó las elecciones de 1981 y sólo acabó con su monopolio del poder autonómico una sucia moción de censura instigada por traidores y por parte del nacionalismo moderado de centro derecha (Coalición Galega, PNG) entre 1987 y 1989. Después de este gobierno tripartito volvería en loor de multitudes Fraga y con él los gaiteiros, los verdes castros, las romerías de Partido, las exposiciones regionalistas y una visión del pueblo gallego propia del padre Schmidt.
Herdeiros pola Forza en Gasteiz
El burgués de origen catalán Tomás Mirambell Mirestany construyó a comienzos del siglo XX un lujoso chalé de verano frente a la isla de Toralla, al lado de la ciudad de Vigo. La finca alberga los restos de una villa romana a mare. En la década de 1920, la familia llevó a cabo exploraciones arqueológicas en las que participaban eruditos invitados por los Mirambell a pasar las vacaciones veraniegas en la finca (Hidalgo y Costas 1982; Fernández 2003: 29, fig. 14). Entre ellos, Martín Echegaray, los arquitectos galleguistas Gómez Román y Antonio Palacios, Martín Barreiro, Manuel Sanjurjo, Salvador Alonso o Braulio Echegaray (Hidalgo 2010). Los huéspedes se llevaban a sus casas como regalo parte de los objetos encontrados. Del mismo modo que nobles y burgueses privatizaban islas (Martín Echegaray se adueñaba de la isla de Toralla, el marqués de Revilla de la isla de Sálvora, Alfonso XIII de la isla de Cortegada) también adquirían las antigüedades galaicas para formar parte de sus colecciones privadas.
Este proceso de patrimonialización es en parte el origen del posterior modelo de depredación del litoral, cuyo ejemplo más sangrante es la propia isla de Toralla.
Fábrica de cordelería propiedad de Mirambell en el cabo de Toralla. Al fondo la mansión.
A su vez, los señores y las señoras de los pazos y los curas párrocos rurales en sus casas rectorales no se quedaban atrás. Hoy en día aún se puede ver el ara en honor a la diosa Bandua Lansbricae de pie de mesa del belvedere del pazo abandonado de As Eiras, de la familia Tizón, en las proximidades del oppidum de San Cibrán de Lás (Ourense). También el visitante puede ver la colección particular de los dueños del pazo de Tor (Monforte de Lemos, Lugo) de la que forma parte un brazalete celta encontrado en un túmulo megalítico por un labrador que se lo regaló a su señora. El patrimonio de los subalternos era gestionado por la tradicional clase dirigente, aquella formada por Os señores da terra (Otero Pedrayo, 1928), incluso en aquellos casos en que se luchaba desde la hidalguía por el bien público.
Este fue el caso del médico José López Suárez, Xan de Forcados, administrador de los bienes de la casa de Alba en la provincia de Lugo quien desde su pazo de Lamaquebrada se convirtió en uno de los principales defensores del patrimonio histórico de Galicia del siglo XX (Fandiño, 2004). Gracias a sus contactos, gran parte de la élite intelectual gallega pudo disfrutar de becas de la Junta de Ampliación de Estudios en las décadas de 1920 y 1930. Así mismo contribuyó a la realización de campañas arqueológicas en el marco de la labor hecha por la Comisión de Estudios en Galicia. Gracias a él se preservó la propia muralla de Lugo (hoy Patrimonio de la Humanidad), que estuvo a punto de ser desmantelada en la dictadura de Primo de Rivera. Legó gran parte de su colección particular de antigüedades a instituciones como la Diputación de Lugo o el Museo de Pontevedra. En su O Saviñao local actuó como un cacique bueno, financiando obras públicas, carreteras, campos de la fiesta y demás infraestructuras.
Tanto el expolio, como la destrucción o la protección del patrimonio arqueológico fueron ámbitos de actuación propios de las clases dirigentes a lo largo de todo el siglo XX. En nuestra opinión, el franquismo no hizo más que consolidar este modelo patrimonial, condicionando de hecho cualquier tipo de enfoque social en la Arqueología gallega hasta la transición democrática. El galleguismo cultural y político contribuyó a sentar unas claras lindes patrimoniales (reales y simbólicas), dejando al campesinado literalmente fuera del mundo de los monumentos y los yacimientos arqueológicos.
De todo esto hablaremos en la presentación de Herdeiros pola Forza el miércoles que viene en la facultad de Letras de Gasteiz, la primera que hacemos fuera de Galicia. Aunque nos centramos en casos gallegos, el enfoque que aplicamos es perfectamente trasladable a Euskadi, como estamos comprobando desde que llegamos aquí. Pero eso lo dejamos para la presentación.
Extra, Extra!
Elgeta prepara sus mejores ropas para recibir por segundo año consecutivo a los participantes en la recreación popular de la batalla del Intxorta este próximo 27 de abril. El encuentro, concebido como una reivindicación de la memoria histórica y la reparación, tiene un planteamiento de espectáculo y afronta un presupuesto de 14.600 euros que cuenta con apoyos financieros del Gobierno Vasco, Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento, pero aún necesitan más para hacer frente a los gastos. Si queréis colaborar podéis poner vuestro granito de arena. En este contexto se inscribe la puesta a la venta del periódico facsímil con diseño de la época en tamaño sábana Elgetako Irrintzia. El ejemplar único, además de estar ilustrado con imágenes del conflicto y desgranar el programa del próximo 27 de abril, incluye artículos del año 1937.
La tirada es de 5.000 ejemplares a un euro, que se pueden adquirir en bares en lugar de en quioscos. En Elgeta, en Haizea, Espaloia, Bolatoki, Maialde, Patxi e Iñaki; en Arrasate en Ttkun, fotocopia y quiosco de Eroski; en Bergara, en el Arrano, Pol Pol, Kultur Etxe, Aldoka Mandoka y Urkan.
Bo e xeneroso
A única que vez que vin a Suárez en persoa era xa todo un cadavre político. O meu pai tivo a ben levarme ao paraninfo do instituto Sanchez Cantón en Pontevedra para ver actuar ao fracasado presidente do CDS, a piques de esmorecer para sempre. A impresión que me ficou daquel acto foi que estabamos diante dun conferenciante, non dun político mitineiro. Xa daquela, debía ser o ano 1990 ou 1991, a xente ía ver a Suárez coma un relicto, un fósil do pasado recente máis lonxano. Pouco quedaba xa daquel flamante líder que veraneara na finca La Atlántida e convertera A Lanzada na meca de peregrinación de arribistas e mequetrefes que despois lle deron as costas e o derrubaron. Velaí a miseria destes funerais de Estado que non fan outra cousa que amosar a podremia e a decadencia deste noso rexime constitucional. Até tiburóns como Florentino Pérez ou Martín Villa sacaron peito presentándose como adalides do centrismo e a democracia. Manda chover na Habana.
Nun xornal cántabro puiden ver estes días unha vella fotografía dun acto sindical falanxista en Ávila na década de 1960. O esgrevio representante do Movimiento, Fernando Herrero Tejedor, intervén dende a tribuna, baixo o xugo e as frechas, acompañado dun trío que vai ter moito que dicir anos despois na transición: Adolfo Suárez, Juan José Rosón e Rodolfo Martín Villa.
En Gasteiz lémbranse cada día de Martín Villa. A historia é sinxela de contar, moi doada de entender. Os obreiros da cidade inician unha serie de folgas no inverno de 1976 co gallo de defender unas condicións laborais dignas. As familias que detentan o poder e o capital dende 1936 comezan a falar de espírito revolucionario. Unha comitiva da patronal abandona os seus palacios de Mendizorrotza e achégase a Madrid a dar parte e esixir orde. Catro días despois desátase a masacre. Entre os dirixentes policiais temos a camisas vellas de Falanxe e exdivisionarios da División Azul. O 3 de marzo, os obreiros que se refuxian na igrexa de San Francisco de Asís no barrio de Zaramaga son vítimas da vesania feixista. Cinco mortos e máis de 150 feridos de bala. Os artífices políticos e militares da matanza son ascendidos. As vítimas e familiares silenciados.
Neste mes de marzo, Gasteiz rememorou aquela animalada. Os cidadáns puidemos ver o documental “Unidos por un sueño: Vitoria-Gasteiz, 3 de marzo de 1976” de Ricardo García. Alí aparece Manuel Fraga facendo unhas declaracións que non se reproducen no relato canónico da transición: “No vamos a consentir sueños utópicos de anarquía”.
A Asociación Víctimas 3 de Marzo leva loitando anos contra a desmemoria. Veñen de acadar que se inaugure un monumento no espazo público en memoria dunhas persoas que durante décadas foron considerados terroristas. O Concello da cidade fixo unha declaración pública para recuperar o bo nome das vítimas. As familias procuran xustiza na Arxentina e non queren morrer sen ver a Martín Villa, ministro de Relaciones Sindicales daquela, no banquiño dos acusados. Nunha conferencia sobre a impunidade do franquismo a xente sentía ben a morte do Ministro de Gobernación, Manuel Fraga, non por caridade evidentemente. Ninguén podía crer que a tumba dese franquista estivese coroada co epitafio: “Bo e xeneroso”. Fraga, de viaxe en Alemaña, era sustituído en función os días da masacre por Adolfo Suárez, Ministro Secretario General del Movimiento.
O destino quixo que o artífice do rexime que consagrou a desmemoria e o silenzo morrese sen lembrar ren. Sen embargo, en Gasteiz recordan moi ben, todos, agás o alcalde Maroto do PP, que vén de propoñer que a nova estación de autobuses leve o nome de Adolfo Suárez.
Publicado orixinariamente no Galicia Confidencial.
Avance marino
O verdadeiro impulso do anarcosindicalismo en Gipuzkoa veu dado polo acontecido o 28 de maio de 1931, como consecuencia da enésima folga mantida polos mariñeiros de Pasaia. Os pescantíns e mailas súas familias dirixiron os seus pasos cara a Donosti e foi cando trabaron coas forzas de seguridade que deixaron un balance de seis mortos e varias ducias de feridos. Este foi o detonante para que a colonia galega de Trintxerpe se adherise á CNT, como así acontecía tamén na costa galega. O Sindicato Avance Marino de Pasaia foi un dos motores da reivindicación destes galaico-vascóns que comezaron a editar en 1933 un xornal La voz del marino, cunha tirada de 1000 a 1500 exemplares. Este xornal era lido nos máis importantes portos do Cantábrico.
Morremos de fame e os galegos teñen que ser como os vascos, reclamaba un dos mariñeiros que loitou coa súa familia diante do parlamento de Galicia (testemuño recolleito polo Galicia Confidencial). Eses mariñeiros galegos xa foron como os vascos, até o punto que os homes e mulleres de Avance Marino convertéronse en milicianos antifeixistas, deixando o seu sangue en montes vascóns como Pedras de Aia ou San Marcial.
O poeta Pako Aristi deixou escrito un fermoso poema titulado Reconversión industrial.
Untziolak itxi egin zituzten
eta bizitza osoa
itsasuntzien eraikuntzan
enplegatutako arotz zaharrak
enkarguzko lan ezberdinetan
hasi behar izan zuen.
Alabaina,
Batelen formakoak
ateratzen zitzaizkion gurdiak,
txalupen okerdurakoak hilkutxak,
izkina borobilekoak ziren
haren altzariak,
kurbarekiko maitasuna aitortuko
luketen olerkiak bailiren.
Itsasoak gidatzen zuen
bere eskuen indarra,
azaleko zimurrek osatzen zituzten
uhinen bidez.
Velaquí a tradución:
Pecharon os estaleiros,
e o vello carpinteiro,
despois de toda unha vida
dedicada á construción de barcos,
tivo que aceptar
as encargas máis diversas,
Sen embargo,
os seus carros tiñan
a curvatura dos bateis
os seus cadaleitos eran como dornas
cantos arredondeados
acariñaban os seus mobles,
como se fosen poemas a declarar
o seu amor polas curvas.
Era o mar o que guiaba
a forza das súas mans
a través das ondas
que formababan
as engurras da súa pel.
En Compostela era o mar que guiaba a forza das mans dos mariñeiros, contra uns profesionais da violencia que defendía Galicia, os seus deputados e o seu Parlamento.
Mariñeiros leais á República no acorazado Jaime I.
Vade Rouco, clavelito de mi corazón
La vida es mucho mejor sin personajes como Rouco Varela, elementos peligrosos para la convivencia social y el desarrollo de los seres humanos. El farmacéutico Feijoo, entre siglos, tenía una botica en Pontevedra al lado del santuario de la Virgen de la Peregrina. Musicólogo y erudito local, en su farmacia se improvisaba una tertulia de la que dio buena cuenta Torrente Ballester en alguna de sus obras. Un amigo, militar en el puesto fronterizo de Guillarei, le regaló a Feijoo un papagayo, supuestamente descendiente de aquéllos que recogieron los paisanos de la ría de Vigo en 1702 tras la batalla de Rande. Ese loro recibió el nombre del anarquista francés Ravachol. Ravachol hablaba en gallego y era profundamente anticlerical, como el loro de doña Leonor que relata Manuel Rivas en un cuento de Ela, maldita alma. Cuando sonaban las campanas de la Peregrina salían de las cuerdas vocales de Ravachol dos palabras: bárbaros, corvos! Sin duda, si Ravachol viviese insultaría de este modo a Rouco Varela nada más aparecer en la televisión.
Miguel de Barandiaran fue un sacerdote integrista del seminario de Vitoria al que le dio por excavar cuevas prehistóricas en Euskadi. Pronto se dio cuenta de que el mayor cavernícola, retrógado y antihumanista que existía por aquellos lares era el obispo de Vitoria. Este cuervo bárbaro pudo haber inspirado sin duda la novela Ilustrísima de Carlos Casares. El obispo prohibió todo acercamiento al progreso y la modernidad. La publicación de ua revista científica orientada a los estudiantes o la fabricación por parte de Barandiarán de una radio de galena fueron consideradas por la mitra como pecados graves, así como acudir a votar al referéndum sobre el Estatuto vasco en 1933. El eterno conflicto entre Fe y Razón. Acciones oscurantistas propias de un cura trabucaire. Eso es lo que siempre ha sido Rouco Varela. Ni en su despedida fue capaz de desprenderse de su milenarismo chusco, de su amenazante forma de estar en el mundo, de su vesania ideológica: según este bárbaro el 11 M obedece a oscuros intereses de poder, España se rompe, la familia expira, vivimos en una realidad post-cristiana. El cardenal Quiroga Palacios o moseñor Tarancón eran Durruti y la Pasionaria al lado de este señor.
Gracias a su Dios (si es que existe) por lo menos nunca sabremos de lo que sería capaz Rouco si llegamos a vivir una situación como la de julio de 1936. Yo me lo imagino perfectamente como el capellán de un batallón de las Brigadas Navarras, como el caritativo Policarpo Cía que en la ofensiva sobre Irún participó del fusilamiento de 18 milicianos, entre ellos tres mujeres. Este hombre dejó escrito:
Los defensores eran 18. Carabineros, trabajadores del ferrocarril y unos jóvenes de Irún, ayudados por dos mujeres que no tendrían 20 años. Todos ellos recibieron la pena de muerte porque confesaron que con sus tiros obstaculizaban el avance de nuestras tropas. Algunos pedían perdón mientras los requetés saboreaban las mieles de la victoria. Yo les di a los 18 la noticia de la pena de muerte.
Mi función más importante era salvar el alma de aquellos desdichados. Hice todo lo que pude. Recé a Dios pero, como estaban muy mal preparados, solo 4 cedieron a mis peticiones, ruegos y amenazas. Todos los restantes renegaron de Cristo y lo más escandaloso fue lo de esas dos furcias: burlándose de Dios, levantaron el puño y gritando «¡Viva Rusia!» recibieron la mortal descarga».
Rouco no tiene las manos manchadas de sangre, pero sí su ropa con la sangre messtrual de las Femen, esas furcias proabortistas. Gracias, chicas.
Me gusta ser una zorra.
O Antroido Galego
Este mércores ás 11:30 impartiremos unha conferencia na Facultade de Letras da UPV en Vitoria/Gasteiz sobre o Antroido galego: política, globalización, identidade e resistencia. Esta actividade está organizada polo Centro de Estudos Galegos.
El Tulipán de Oro
Llevo unos días dedicado en cuerpo y alma a picar la almendra medieval de Gasteiz. Cuando consigues abrir un resquicio en la cáscara, la almendra ofrece lo mejor de sí. Esquinas olvidadas, restos fosilizados que se desperezan en los viejos caserones… Uno de estos rincones es la taberna El tulipán de oro, un gran sitio para arder en el infierno, como los chorizos, marca de la casa, que se retuercen entre el orujo en llamas vertido en un cerdo de cerámica, toda una genialidad kitsch. Hace poco el local cambió de manos, algo muy corriente en esta ciudad de aluvión. En los albores del pintxopote los txiquiteros veteranos nos agolpamos en la barra. El dueño tiene a bien endulzar los oídos a la parroquia con un chabacano CD titulado Sax on the Beach, algo así como escuchar el saxo de Kenny G entre las Vigilantes de la Playa. Algo ha cambiado en un local que lleva el apodo con el que se conocía a Cruyff en la España de los 70. El dueño comienza a hablar con tres tipos rudos y fornidos. Al oído, por el momento, el euskera me suena tanto como la lengua que hablan estos contertulios voluminosos. Son georgianos. Es curioso porque algunos científicos plantearon en su día la hipótesis de que el idioma de los vascos procedía del Cáucaso. Yo no lo sé, pero desde luego es simpático ver pasar al dueño de su idioma natal al castellano vitoriano. Cuando se van los visitantes, uno de los txquiteros comenta con sorna: ¿estos qué eran, andaluces? Y remacha, yo creo que tienen el mal de leza… El georgiano pregunta qué es el mal de leza… Tener más pelos en los huevos que en la cabeza. Este es nivel dialéctico en este Café Gijón. Por algo se conocía a Gasteiz en el siglo XIX como la Atenas del Norte, nada más y nada menos. Otro txiquitero cierra el diálogo demencial con un Joder, pareces nuevo. Pues sí, claro, viene de Georgia.
Todo sea por explorar el delicioso pintxo de morcilla del Tulipán de Oro. Parezco nuevo.
La busca
Un sol rotundo tras la nevada alumbra una mañana de domingo en la ciudad. Los perros sacan a pasear a sus dueños. Jóvenes sempiternos apuran sus copas mientras vagan por las aceras, resistiéndose vanamente a los estertores de la noche. Son las diez de la mañana y la vida celular de una urbe que duerme se desarrolla en el núcleo de la Plaza España. Siguiendo su ritual dominical los libros se desperezan en las cajas y dan un brinco para ocupar las mesas esparcidas del rastro. En una esquina, un viejo bibliófilo saborea revistas vitorianas de comienzos del siglo XX. En otro espacio minúsculo se congregan los amantes de la Numismática. Un hombre de unos sesenta años persiste en su búsqueda de antiguas monedas andorranas. Todos los negociantes del rastro retan la ventisca alavesa emparapetados bajo las arcadas de la plaza señorial. Todos exponen en lugar bien visible el permiso municipal. Sin embargo, un grupúsculo rompe esta estampa propia de Daumier. Alrededor de un banco se congregan cuatro o cinco personas silenciosas, que miran de reojo a la pareja de municipales que asoma por la entrada a la plaza. En la almoneda parece que tambén hay sitio para traficantes, para la gente del hampa. Pienso en esto mientras le echo un vistazo a una edición ilustrada de La busca, de Pío Baroja, con prólogo incluido de su sobrino el polígrafo Julio Caro Baroja. Don Pío es un maestro. Así comienza La busca:
Acababan de dar las doce, de una manera pausada, acompasada y respetable, en el reloj del pasillo. Era costumbre de aquel viejo reloj, alto y de caja estrecha, adelantar y retrasar a su gusto y antojo la uniforme y monótona serie de las horas que va rodeando nuestra vida, hasta envolverla y dejarla, como a un niño en la cuna, en el obscuro seno del tiempo.En el rastro sólo hay hombres y mujeres de cincuenta y muchos años para arriba, gente que rebusca en su pasado y en sus raíces, recuperando el aroma de los objetos y el recuerdo de las lecturas de niño. Acurrucados en el oscuro seno del tiempo.
En el grupo de traficantes comienza a moverse el cotarro. Un tipo joven aparece con una mochila de la que extrae lo que parecen ser pequelas bosas de plástico apaisadas. Otro señor, con manos depianista, mueve a una velocidad de vértigo , como un viejo tahúr, lo que parecen naipes. No sería estraño si tenemos en cuenta la relación de Heraclio Fournier con Gasteiz. A plena luz del día cuesta creer que se trafique con sustancias en plena Plaza de España. Disimuladamente me acerco al peligroso grupo de delicuentes, los cuales dibujan un círculo hermético alrededor del banco. La ansiedad de auténtico yonki que percibo en la mirada de alguno, de ellos, las exclamaciones y los gestos bruscos me reafirman en la hipótesis delictiva. Fue entonces cuando un miembro del grupo de traficantes, todo un señor vitoriano (chapela, bufanda y puro), no pudo resistir su gozo al encontrar los cromos de la primera temporada de Íribar en el Athletic de Bilbao, que no fue otra que la Liga 1962-1963.
La busca forma parte de una trilogía que Baroja bautizó como La lucha por la vida.